La toma del Capitolio y la decadencia del imperio bipartidista estadounidense

El asalto al Capitolio por parte de seguidores de Trump, durante la sesión conjunta del Congreso para certificar la victoria electoral de Joe Biden y Kamala Harris, presagian más inestabilidad para el proyecto imperialista de Estados Unidos, tanto en el escenario nacional como internacional. Es un nuevo capítulo, que profundiza la crisis de legitimidad del régimen estadounidense.

Si una imagen vale más que mil palabras, entonces la fotografía del delirante líder de QAnon, Jake Angeli, sin camisa, con cuernos y cubierto de pieles en medio del edificio del Capitolio de los Estados Unidos, constituye el próximo capítulo en la historia de la decadencia del imperio estadounidense.

El mundo observó, estupefacto, cómo una horda de furiosos seguidores de Trump trepaba las paredes del Capitolio, y eran (bien) recibidos por la Policía, dentro del edificio. Los analistas y presentadores de noticias dicen que esta es otra aberración más de la era Trump, y los aullidos de muerte de la presidencia de una estrella de reality shows, pero los eventos de ayer no surgieron de la nada: son la última expresión de una profunda crisis de legitimidad del régimen estadounidense.

Los eventos de este miércoles durante la sesión conjunta del Congreso para certificar la victoria electoral de Joe Biden y Kamala Harris presagian más inestabilidad para el proyecto imperialista de Estados Unidos, tanto en el escenario nacional como internacional.

La decadencia de un imperio podrido

Está claro que no hay vuelta atrás para el imperialismo estadounidense. Con las imágenes de ultraderechistas abriéndose paso hacia el edificio del Capitolio volviéndose virales en todo el mundo, la hegemonía ya debilitada de los EE. UU. está en duda hoy más que nunca. El mundo vio en tiempo real cómo un presidente en funciones convocó una manifestación frente al Capitolio y arengó a los manifestantes en un discurso incendiario denunciando tanto a los demócratas de “extrema izquierda” como a los republicanos débiles que se negaban a hacer frente a una «elección robada». Vieron cómo, solo minutos después, los partidarios de Donald Trump llevaron sus palabras a la acción y asaltaron el Capitolio.

Como la verdad supera la ficción, todos los líderes mundiales de los países imperialistas y semicoloniales han salido a condenar los actos de violencia en el Capitolio, instando a los partidos e instituciones estadounidenses a encauzar el proceso electoral en un curso pacífico. Incluso el Gobierno venezolano ha enviado una carta expresando su preocupación por la violencia y condenando la polarización que «refleja la profunda crisis del sistema político y social».

Pero no hay que caer en el error de creer que el asalto al Congreso en Washington es obra de un loco. Más bien, es un nuevo (y profundo) capítulo de una larga historia de declive de Estados Unidos, y sus consecuencias internacionales no pueden subestimarse.

Si de algo se ha jactado el imperialismo estadounidense, es de promover golpes de estado, cambios de régimen o invasiones militares directas en los países del llamado «sur global», y todo eso lo hizo en nombre de la defensa de su «democracia perfecta». Este miércoles todo mundo pudo observar la crisis de esa «democracia» en todo su esplendor. Si algo necesita un imperio para garantizar la estabilidad de su dominio, eso es la hegemonía, y la hegemonía de Estados Unidos pende de un hilo.

En sus cuatro años en el cargo, Trump no llevó hasta el final su programa proteccionista pero si logró cambiar la agenda internacional: se distanció de los aliados tradicionales de Estados Unidos como la Unión Europea, se embarcó en una guerra comercial con China, hizo estallar el acuerdo nuclear con Irán, impuso un nuevo acuerdo comercial con México que es aún más favorable a los intereses imperiales, y superó las expectativas del Partido Republicano en su alianza estratégica con el Estado de Israel.

Sin embargo, esta doctrina agresiva de Trump de «America First» (Estados Unidos primero) no conformó ni para los imperialistas locales ni a los extranjeros. No es lo mismo ser el «policía del mundo» cuando hay consenso burgués que cuando no lo hay. Por eso la actual crisis orgánica en Estados Unidos tiene consecuencias internacionales inmediatas. Lo que queda por ver es cuáles serán las profundas consecuencias de la crisis interna en Estados Unidos para el resto del mundo. El Gobierno de Joe Biden tendrá que afrontar la tarea de recomponer una hegemonía que se ha visto cada vez más golpeada en las últimas décadas por factores tanto endógenos como exógenos a la política exterior oficial de Estados Unidos.

Promesas de inestabilidad y trumpismo

El asalto al Capitolio ha puesto de relieve los contornos de la crisis que enfrenta el régimen estadounidense. Mientras Biden y Harris se preparan para asumir el cargo en las próximas dos semanas, y mientras el Partido Demócrata se enfrenta a la realidad de que liderará tanto el ejecutivo como el legislativo en medio de una profunda crisis social y económica, se enfrentan a la posibilidad de que la ventana para el “regreso a la normalidad” que prometieron a los votantes se esté estrechando. Ciertamente, este hecho marca el fin de la ilusión de una transición pacífica de regreso al proyecto neoliberal bipartidista de los años de Obama.

Por un lado, los hechos ocurridos ayer en el Capitolio revelan una consolidación del sector más reaccionario de la base social de Trump que se movilizará en su nombre para desafiar una elección que consideran «robada» por los llamados «sectores de extrema izquierda» del Partido Demócrata. El asalto al Capitolio no fue una insurrección o un golpe de Estado como insinúa la prensa burguesa, pero sí muestra a una extrema derecha que, lejos de aceptar la derrota después del 3 de noviembre, se ha envalentonado durante la transición. Es la misma extrema derecha que se movilizó contra las protestas de Black Lives Matter este verano, contra las restricciones de Covid-19 y para el recuento de votos en estados clave durante las elecciones.

Pero los protofascistas armados, QAnon o Proud Boy no fueron los únicos que protestaron frente al Capitolio. Miles de personas de todo el país vinieron a apoyar a Donald Trump y a denunciar lo que ven como la corrupción de las instituciones estadounidenses por parte de políticos progresistas, alimentando todo el odio hacia los chivos expiatorios favoritos de la derecha: inmigrantes, afroamericanos, latinos, personas LGBTQ, etc.

Estos sectores -un conglomerado de personas de clase media y trabajadora descontentos por años de ataques neoliberales a su nivel de vida- no aceptan a Biden ni a los demócratas como sus representantes. De hecho, más del 75% de los republicanos no cree que los resultados de las elecciones sean válidos. Y ahora que el establishment del Partido Republicano, desde Mitt Romney hasta Mitch McConnell y ahora Mike Pence, se ha puesto en contra de Trump, se encuentran una vez más sin representación política en los pasillos del Congreso. Como han demostrado las manifestaciones masivas y sin tapabocas de partidarios de Trump en las últimas semanas, una minoría significativa de la población – 39% según encuestas recientes- está desilusionada con el proceso electoral democrático burgués que llevó a Biden al poder; muchos continúan viendo a Trump como su líder legítimo.

Esto plantea un serio desafío para la administración Biden-Harris en el corto y mediano plazo, no por la posibilidad de más movilizaciones de extrema derecha como las del Capitolio, sino por la oposición que los demócratas enfrentarán por parte de los políticos republicanos que intentaran atraer a esta base trumpista mientras mantienen distancia del propio Trump.

En este momento, el establishment, desde los republicanos y demócratas hasta el ejército, está unido contra Trump y la extrema derecha cuya violencia reaccionaria amenaza con arrancar la frágil máscara de la farsa de la democracia estadounidense. Forzados a una alianza incómoda, se dan cuenta de que tales acciones de un sector de las masas representan una amenaza para su histórico control del poder y su capacidad para llevar a cabo el proyecto imperialista estadounidense con impunidad. Por ahora, están unidos para apoyar la legitimidad de la administración Biden y poner fin al caótico populismo de Trump.

“Trump y yo hemos tenido una travesía increíble, pero ya es suficiente … [Biden] ganó. Es el presidente legítimo de los Estados Unidos ”, dijo el senador de Carolina del Sur Lindsey Graham desde el piso del Congreso, rompiendo con su apoyo de larga data a Trump. Además, la mitad de los senadores que se comprometieron a oponerse a los resultados del Colegio Electoral el miércoles rescindieron su disidencia después de que los grupos de extrema derecha se abrieron paso en la sesión conjunta del Congreso. La senadora de Tennessee Marsha Blackburn, quien anteriormente se unió a Ted Cruz y Josh Hawley en su plan para impugnar los resultados a favor de Biden, dijo el miércoles por la noche que «votaría a favor de la certificación de los resultados del colegio electoral». Ahora se informa que el gabinete de Trump supuestamente está considerando invocar la Enmienda 25 para destituir a Trump de su cargo y permitir que Mike Pence termine los últimos 14 días de su mandato. Si bien es poco probable que esto suceda, muestra que el establishment está dispuesto a hacerle un daño duradero a la institución presidencial al destituir a un presidente en ejercicio por no poder cumplir con sus deberes en aras de tratar de recuperar un punto de apoyo en el corto plazo.

En otras palabras, el establishment se está uniendo, hasta ahora, para expulsar a Trump en aras de la estabilidad, pero no está claro cuánto durará esta alianza después de que Biden tome el poder y los republicanos busquen recuperar el Senado y capturar la Cámara Baja.

Crisis en la coyuntura

Pero, por supuesto, estos nuevos desarrollos no son los únicos obstáculos que enfrenta la administración entrante, sino más bien parte de una crisis social, política y económica mucho más profunda del capitalismo.

Biden y Harris fueron llevados al poder en gran parte por las generaciones recientemente radicalizadas que son base del sanderismo (Bernie Sanderds) y del movimiento Black Lives Matter, que fueron conducidos con éxito hacia una políitca de mal menor para sacar a Trump. Pero este apoyo ahora obliga a Biden y Harris a lidiar con las expectativas de sus votantes, que quieren cancelar la deuda universitaria, ver el fin del asesinato de personas negras por parte de la policía, que quieren un seguro médico asequible y luchar contra el cambio climático, todo lo cual el Partido Demócrata, como partido del capital, no puede cumplir.

Las expectativas liberales de un regreso a la era de Obama o, incluso más ilusorias, del New Deal no son más que falacias. Biden no está asumiendo el poder en una situación propicia para el equilibrio capitalista en general, y mucho menos para el imperialismo estadounidense. La nueva administración tiene que gestionar la crisis provocada por la pandemia y la recesión.

Primero, la administración lenta y discrecional de las vacunas ya está generando mucha tensión. Es evidente para amplios sectores que las vacunas generarán grandes beneficios para las odiadas Big Pharma y que se aplicarán primero a los sectores más privilegiados a nivel mundial. Pero lo que es más importante, no está claro que la economía de Estados Unidos pueda recuperarse rápida y eficazmente, o que esta recuperación se mantenga. Todavía no hay un plan B para la recuperación de las ganancias capitalistas a los niveles anteriores a la crisis en 2008. Esto sin mencionar la competencia interimperialista en curso con China y la UE que coloca al imperialismo estadounidense en una situación más vulnerable de lo habitual.

Y ahora que los demócratas han ganado con éxito el Senado después de obtener dos escaños en las elecciones de segunda vuelta de Georgia, tendrán más dificultades para esconderse detrás de las disputas bipartidistas como excusa para no otorgar concesiones a la clase trabajadora, que carga con el peso de la crisis capitalista. Además, se enfrentarán al hecho de que liderarán tanto el poder ejecutivo como el legislativo en medio de una recesión económica que seguramente significará más ataques a la clase trabajadora para salvar los intereses capitalistas, como ya presagia la elección que hizo Biden de los miembros para su gabinete.

Eso sin mencionar el hecho de que el Partido Demócrata se enfrenta a su propia crisis interna entre el ala del establishment, liderada por Nancy Pelosi y Chuck Schumer, y el ala progresista, encarnada en el Squad («Escuadron», las legisladoras consideradas más de izquierda lideradas por Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib) y Bernie Sanders -que son la expresión política del creciente descontento con el liderazgo del Partido Demócrata. Esta insurgencia ha logrado contener un creciente movimiento de izquierda en los Estados Unidos y revitalizar al Partido Demócrata. Pero como los demócratas probablemente se vean obligados a implementar medidas de austeridad en el futuro, estas tensiones probablemente llegarán a un punto de ebullición. Aunque el Partido Demócrata ahora está unificado en su objetivo de llevar a Estados Unidos a la próxima gran «Restauración» después de cuatro años de Trump, sus divisiones internas -la creciente expresión hacia la izquierda de polarización política y una crisis de representación en la diversidad de la base del Partido Demócrata- simplemente han sido remendados y no pueden ser contenidos para siempre en un contexto de crisis capitalista.

El Partido Republicano frente al precipicio

Las divisiones sobre la certificación de los votos del Colegio Electoral el miércoles ya mostraban una profunda crisis que envolvía al segundo de los dos partidos imperialistas más poderosos del mundo, pero la reacción del Partido Republicano al asalto al Capitolio solo ha acelerado este proceso, creando divisiones cada vez más profundas entre los republicanos del establishment y el ala Trump.

Estas fracturas dentro del partido llegaron a un punto crítico más recientemente cuando el senador Mitch McConnell, un ferviente partidario de Trump durante su presidencia, se enfrentó cara a cara con Trump sobre el proyecto de ley de estímulo y el presupuesto de defensa. Fue aún más allá cuando en el período previo a la sesión conjunta del Congreso McConnell instó a los republicanos del Senado y la Cámara a no desafiar los votos del Colegio Electoral a favor de Biden.

A McConnell se le unió Mike Pence, otro aliado permanente aunque tibio de Trump, lo que provocó la ira de Trump. Estas rupturas marcaron un cambio en la tolerancia de los republicanos del establishment hacia el espectáculo político unipersonal de Trump. Lo que terminó enfrentando a McConnell y sus aliados con los qeu apoyaban a Trump como Ted Cruz y Josh Hawley, quienes dirigieron un equipo de 14 senadores para oponerse a la certificación de Biden, junto con un centenar de republicanos en la Cámara de Representantes.

Sin embargo, cuando una horda de partidarios de Trump de extrema derecha furiosos se apoderó del edificio del Capitolio, interrumpiendo la sesión del Congreso y enviando a senadores y representantes a esconderse debajo de sus escritorios, este bloque de apoyo a Trump comenzó a ceder. Al final, solo 6 senadores y un puñado de representantes optaron por impugnar los votos electorales a favor de Biden.

Esta crisis se ha estado gestando dentro del Partido Republicano desde antes de que Trump asumiera el cargo. El Partido Republicano fue cada vez más incapaz de contener a los sectores de extrema derecha que crecieron luego de la crisis capitalista de 2008, que llevó a Trump al poder en 2016. Las divisiones sobre el asalto al Capitolio, con un creciente sector de republicanos tratando de distanciarse de Trump, ha hecho que estas fisuras sean innegables. No está claro si el Partido Republicano podrá hacer que los partidarios de Trump regresen al redil o si estos elementos pueden romper en su propia formación política.

Con la crisis económica y la pandemia solo exacerbando la desintegración social que llevó a Trump al poder en 2016, con o sin Trump en el cargo, el establishment de ambos partidos imperialistas enfrenta crisis de hegemonía; un número cada vez mayor de personas tanto de izquierda como de derecha están perdiendo la fe en la “democracia” estadounidense y no ven sus intereses representados por ninguno de los partidos. No es improbable que la expresión más a la derecha de esta crisis continúe por el camino del populismo, ya sea dentro del Partido Republicano o no.

Más allá de la coyuntura inmediata

Lo que sucedió en Washington el miércoles es solo un síntoma de una crisis mucho mayor en el régimen de Estados Unidos. En última instancia, es menos relevante el rumbo que tome el régimen estadounidense para salir de la crisis actual en esta coyuntura, lo sustancial son las grandes contradicciones que quedan para el futuro.

Desde el punto de vista económico y social, por supuesto, lo más importante es seguir de cerca el desarrollo de la crisis como consecuencia de la Pandemia y la depresión de 2020. Desde el punto de vista político, lo más dinámico ( es decir, lo que está cambiando más rápida y abruptamente) es la crisis de las instituciones estadounidenses. Todas esas instituciones que garantizaban la estabilidad del dominio imperialista están en crisis: el colegio electoral, el senado, los dos grandes partidos, la policía, la corte suprema y hasta la presidencia.

El cuestionamiento de las instituciones desde la derecha y desde la izquierda es un elemento de gran inestabilidad, especialmente con una crisis económica en curso. Si la crisis desarrolla fenómenos de lucha de clases como lo que vimos al inicio de la pandemia con los trabajadores de primera línea luchando y luego con la intensificación del movimiento antirracista, hay una gran oportunidad para que la izquierda se fortalezca y construya una alternativa política, para luchar por los explotados y oprimidos de manera independiente del partido demócrata. Si la lucha de clases no se desarrolla (algo improbable) y la política de reforma prevalece en un momento en que el capitalismo estadounidense tiene poco espacio para la reforma, las tendencias para fortalecer a la ultraderecha aumentarán. Sin embargo, se avecinan mayores tensiones y la sinergia entre lo nacional y lo internacional para enfrentar el imperialismo estadounidense será clave en los próximos meses.

La izquierda tiene que sacar conclusiones rápidamente. La lucha de clases debe desarrollarse donde sea posible, apoyando firmemente toda resistencia contra la austeridad capitalista y la opresión racista con un programa que tenga como objetivo cuestionar el capitalismo en su conjunto.

La subordinación al Partido Demócrata es un cáncer que afecta a gran parte de la izquierda estadounidense: hay espacio para la construcción de una organización de la clase trabajadora y los oprimidos completamente independiente del Partido Demócrata. Tal organización debe servir para profundizar la lucha de clases contra nuestros enemigos, para avanzar en la autoorganización de los trabajadores y los oprimidos, y para prepararse para enfrentar a los neoliberales y la ultraderecha no solo en las urnas, en las calles, comunidades y lugares de trabajo; sino también en el ámbito de las ideas y la teoría. En última instancia, los escandalosos eventos en el Capitolio son la expresión de la decadencia de un sistema racista y antidemocrático encabezado por un montón de parásitos que gobiernan para los intereses de los súper ricos y Wall Street.

Fuente: La Izquierda Diario

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